Una tarde tranquila, mientras una madre cuidaba su jardín, su bebé yacía a salvo en un cochecito cercano. Sin que nadie se diera cuenta, dos figuras se acercaron sigilosamente, con los ojos puestos en el bebé. Pero justo cuando una de ellas se estiró para agarrar el cochecito, un ladrido agudo cortó el aire.
El perro de la familia, Bruno, un pastor grande y leal, había percibido el peligro. En un instante, se abalanzó, colocándose entre el cochecito y los extraños, mostrando los dientes y ladrando ferozmente. Sobresaltados, los delincuentes intentaron retroceder, pero Bruno fue implacable, cargó hacia adelante y les mordió los talones hasta que huyeron en pánico.
Al oír la conmoción, la madre corrió hacia ellos y encontró a Bruno haciendo guardia junto al cochecito, con los ojos todavía feroces. Recogió a su hijo, abrumada por la gratitud, al darse cuenta de que Bruno había salvado a su bebé de una amenaza que ni siquiera sabía que existía.
Los rápidos instintos y el coraje inquebrantable de Bruno habían protegido a la familia que amaba, demostrando que los héroes vienen en todas las formas, y algunos incluso tienen pelaje y patas.